Las marcas del tiempo

Nunca entendí la persistente falta de interés hacia nuestros ancianos.
Si de contar historias se trata esto de la fotografía urbana, pocos momentos recuerdo más intensos y mágicos que aquellos compartidos con Sofía. Nos contó (a mi y a mi ocasional compañero de rondas fotográficas) que llegaba regularmente a esa esquina porque una amiga le acercaba unos pasteles para comer acompañados de un reconfortante café, bien “calientito” y sin azúcar. Nos contó que el café era bueno para recordar las cosas, aunque había cosas que era mejor olvidar. En su rostro, en sus manos pero sobretodo en su memoria, se podían sentir sus joviales 90 años. Jamás perdía la alegría, por eso quizás regresé cada día a la misma hora a buscar nuevamente esa sonrisa. Pero esa tarde terminó resultando única, casi como un romance de verano.